ALBERTO RIONDA ALQUIMIA
50/100
DISCOGRÁFICA: MUTUS LIBER
GÉNERO: POWER METAL / HEAVY METAL
PRODUCTOR: ALBERTO RIONDA
MÚSICOS
GUITARRA: ALBERTO RIONDA
VOZ: ISRA RAMOS
TECLADOS: CHEZ GARCÍA
BAJO: RUBÉN LANUZA
BATERÍA: LEO DUARTE
TRACKLIST
MUTUS LIBER
EL LOBO Y EL ARCA
DAMA OSCURA
LA CUNA DEL ARCE
LA PENITENCIA DEL NOBLE
DIVINA PROVIDENCIA
CLARO DE LUNA
LAGUNAS DE SAL
ALIENTO
LA FUENTE DORADA
SACRIFICIO
LA MORADA DEL ALQUIMISTA
CÁBALA XIII
La disolución/separación/descanso (táchese lo que no proceda) de Avalanch fue una de las noticias musicales que más tristeza me ha causado en los últimos tiempos. Su último intento de encontrar la recompensa del éxito masivo, que tanto merecían, a través de Malefic Time: Apocalypse resultó una pequeña catástrofe. Alberto Rionda, imagino que decepcionado, cansado, decidió desintegrar la banda buscando alejarse de aquello, descansar. He considerado a su banda, sobre todo desde la llegada de Ramón Lage, como una de las más atractivas, valientes, honestas, creíbles, arriesgadas, coherentes y dignas del panorama musical. Cada uno de sus álbumes ha sido siempre interesante y ha ofrecido calidad a raudales. No pasó lo mismo con el último anteriormente citado y con el que como decía creo que esperaban arrasar.
El mundo del arte es muchas veces ingrato. Debe de ser sufrido saber que se está haciendo algo de alto nivel y verse relegado a una segunda fila de popularidad, mientras otros que imitan lo que casi uno ha hecho por primera vez, de forma relevante al menos, en el país viven con mucho más éxito. El mismo que parecían cosechar Avalanch con sus primeros discos.
Así las cosas, este nuevo trabajo de Rionda, Alquimia, da un paso atrás y trata de ir a lo fácil: intentar recuperar el sonido de aquellos discos iniciales, en especial el del más aclamado de aquella época, El ángel caído (un álbum de referencia en su género, con un encanto indiscutible, al que el paso del tiempo no beneficia, muy bien actualizado y mejorado en Las ruinas del Edén), aunque desgraciadamente de un modo torpe, simplón y descaradamente falto de creatividad y riesgo. Puede parecer ridículo que diga que me duele decir esto, pero así lo he sentido: como el que llega muerto de hambre y le ofrecen un plato aparentemente suculento que al probarlo no sabe a nada. Frustración.
Una primera escucha me dejó ya malas vibraciones; las posteriores no hicieron más que confirmarlas y llevarme a un estado de sincera mala leche. Los estribillos repetitivos con el irritante doble bombo, la velocidad por encima de todo, las melodías-himno y los tonos elevados por encima de lo natural para aturdir al oyente. Ese power metal de corte neoclásico épico que campa a sus anchas desde el comienzo hasta el triste final ahoga la alegría de una música que siempre ha sido, en manos de Alberto Rionda, de una energía contagiosa, sorprendente. Melodías medievales, sintetizadores que imitan violines para orquestar las batalladoras voces, y baterías que a veces parecen mecánicas pretenden complacer a los seguidores de otras bandas del estilo o a los que abandonaron a Avalanch hace unos años, cuando Rionda decidió prescindir de cantantes gritones y de las hadas y las espadas. En este disco vuelven a habitar las lágrimas tristes, las espadas, las lunas, los lagos, las damas oscuras… a veces a través de unas letras decepcionantes.
La cohesión entre las estrofas y el estribillo en ocasiones apenas existe (“La cuna de arce” por ejemplo), sólo importa que sea impactante y épico, para que se pueda corear con facilidad (y a toda pastilla, claro). Precisamente en esta canción, “La cuna de arce” se produce algo que no esperaría del guitarrista y compositor de la banda: un humillante autoplagio de “El ángel caído”. Restos de “Corazón negro” o “Xana” parecen poseer el espíritu de varias canciones. “La penitencia del noble” me resulta tristemente insufrible, “Divina providencia” pesada y “La fuente dorada” me pone sencillamente de mal humor.
Lo peor está al final en “La morada del alquimista”, todos los defectos unidos y revueltos en una inclasificable composición de un inexplicable infantilismo (un ejemplo de madurez musical lo encuentro El hijo pródigo), con uouos incluidos para ser coreados. La entrada con sonidos medievales es una amenaza en toda regla que se materializa en un ridículo estribillo.
Israel Ramos hace un gran papel, bastante forzado en varios momentos, y con un registro muy cercano a Lage, tanto que en los tonos graves no es difícil ver las similitudes; a propósito, su anterior disco con Amadeüs me gusta mucho más que éste. Rionda está excelente en los solos de guitarra. Y los rasgos de Avalanch están presentes en casi todo el álbum, pero desaparecen pocos compases después de empezar la canción, derrotados antes el doble bombo y la esquizofrénica y tonta velocidad de todo. Lo cual hace que me pregunte: a qué viene disolver Avalanch para hacer algo parecido pero peor. Como se dice en El Gatopardo, todo tiene que cambiar para que todo siga siendo lo mismo. Probablemente Alberto Rionda sea consciente de lo que hace y no quiera que este producto forme parte de la discografía de su banda de siempre.
Hay canciones salvables, sin duda: “El lobo y el Arca”, que dentro del estilo es descaradamente mejor; “Aliento”, una canción más melódica, más natural, también habitual en los discos de Avalanch, que resulta un salvavidas en mitad de las aguas negras. Y “Claro de luna”, una balada muy típica de Avalanch que comienza con la pieza de Beethoven a la que Rionda saca un provecho asombroso al transformarla.
Por otro lado hay canciones malogradas en esos irritantes estribillos, de las cuales “Sacrificio” sería la muestra más evidente. “Lagunas de sal” fracasa también en el estribillo, pensado para que el público lo cante en directo.
Si lamento tener que decir todo esto, más me duele encontrar que el maestro termina imitando a aquellos que lo imitaban a él. Ya sé que de la dignidad y del talento no se come. Por ello espero que, al menos, este disco sirva para que se gane el éxito que tantos años lleva mereciendo.
El mundo del arte es muchas veces ingrato. Debe de ser sufrido saber que se está haciendo algo de alto nivel y verse relegado a una segunda fila de popularidad, mientras otros que imitan lo que casi uno ha hecho por primera vez, de forma relevante al menos, en el país viven con mucho más éxito. El mismo que parecían cosechar Avalanch con sus primeros discos.
Así las cosas, este nuevo trabajo de Rionda, Alquimia, da un paso atrás y trata de ir a lo fácil: intentar recuperar el sonido de aquellos discos iniciales, en especial el del más aclamado de aquella época, El ángel caído (un álbum de referencia en su género, con un encanto indiscutible, al que el paso del tiempo no beneficia, muy bien actualizado y mejorado en Las ruinas del Edén), aunque desgraciadamente de un modo torpe, simplón y descaradamente falto de creatividad y riesgo. Puede parecer ridículo que diga que me duele decir esto, pero así lo he sentido: como el que llega muerto de hambre y le ofrecen un plato aparentemente suculento que al probarlo no sabe a nada. Frustración.
Una primera escucha me dejó ya malas vibraciones; las posteriores no hicieron más que confirmarlas y llevarme a un estado de sincera mala leche. Los estribillos repetitivos con el irritante doble bombo, la velocidad por encima de todo, las melodías-himno y los tonos elevados por encima de lo natural para aturdir al oyente. Ese power metal de corte neoclásico épico que campa a sus anchas desde el comienzo hasta el triste final ahoga la alegría de una música que siempre ha sido, en manos de Alberto Rionda, de una energía contagiosa, sorprendente. Melodías medievales, sintetizadores que imitan violines para orquestar las batalladoras voces, y baterías que a veces parecen mecánicas pretenden complacer a los seguidores de otras bandas del estilo o a los que abandonaron a Avalanch hace unos años, cuando Rionda decidió prescindir de cantantes gritones y de las hadas y las espadas. En este disco vuelven a habitar las lágrimas tristes, las espadas, las lunas, los lagos, las damas oscuras… a veces a través de unas letras decepcionantes.
La cohesión entre las estrofas y el estribillo en ocasiones apenas existe (“La cuna de arce” por ejemplo), sólo importa que sea impactante y épico, para que se pueda corear con facilidad (y a toda pastilla, claro). Precisamente en esta canción, “La cuna de arce” se produce algo que no esperaría del guitarrista y compositor de la banda: un humillante autoplagio de “El ángel caído”. Restos de “Corazón negro” o “Xana” parecen poseer el espíritu de varias canciones. “La penitencia del noble” me resulta tristemente insufrible, “Divina providencia” pesada y “La fuente dorada” me pone sencillamente de mal humor.
Lo peor está al final en “La morada del alquimista”, todos los defectos unidos y revueltos en una inclasificable composición de un inexplicable infantilismo (un ejemplo de madurez musical lo encuentro El hijo pródigo), con uouos incluidos para ser coreados. La entrada con sonidos medievales es una amenaza en toda regla que se materializa en un ridículo estribillo.
Israel Ramos hace un gran papel, bastante forzado en varios momentos, y con un registro muy cercano a Lage, tanto que en los tonos graves no es difícil ver las similitudes; a propósito, su anterior disco con Amadeüs me gusta mucho más que éste. Rionda está excelente en los solos de guitarra. Y los rasgos de Avalanch están presentes en casi todo el álbum, pero desaparecen pocos compases después de empezar la canción, derrotados antes el doble bombo y la esquizofrénica y tonta velocidad de todo. Lo cual hace que me pregunte: a qué viene disolver Avalanch para hacer algo parecido pero peor. Como se dice en El Gatopardo, todo tiene que cambiar para que todo siga siendo lo mismo. Probablemente Alberto Rionda sea consciente de lo que hace y no quiera que este producto forme parte de la discografía de su banda de siempre.
Hay canciones salvables, sin duda: “El lobo y el Arca”, que dentro del estilo es descaradamente mejor; “Aliento”, una canción más melódica, más natural, también habitual en los discos de Avalanch, que resulta un salvavidas en mitad de las aguas negras. Y “Claro de luna”, una balada muy típica de Avalanch que comienza con la pieza de Beethoven a la que Rionda saca un provecho asombroso al transformarla.
Por otro lado hay canciones malogradas en esos irritantes estribillos, de las cuales “Sacrificio” sería la muestra más evidente. “Lagunas de sal” fracasa también en el estribillo, pensado para que el público lo cante en directo.
Si lamento tener que decir todo esto, más me duele encontrar que el maestro termina imitando a aquellos que lo imitaban a él. Ya sé que de la dignidad y del talento no se come. Por ello espero que, al menos, este disco sirva para que se gane el éxito que tantos años lleva mereciendo.
AUTOR: Joserra
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