ANTHEM - ABSOLUTE WORLD
83/100
DISCOGRÁFICA: VIRGIN MUSIC/UNIVERSAL MUSIC
ESTILO: HEAVY METAL
PRODUCTOR: NAOTO SHIBATA
MÚSICOS
NAOTO SHIBATA: BAJO
YUKIO MORIKAWA: CANTANTE
AKIO SHIMIZU: GUITARRA
ISAMU TAMARU: BATERÍA
MÚSICO ADICIONAL:
YUSUKE TAKAHAMA: TECLADOS
TRACKLIST
SHINE ON
STRANGER
PAIN
DESTROY THE BOREDOM
LOVE OF HELL
DON’T LET IT DIE
ABSOLUTE FIGURE (INSTRUMENTAL)
SAILING
EDGE OF TIME
IN THE CHAOS
RUN WITH THE FLASH
Esta vez he necesitado algo más de una vuelta para confirmar que el nuevo álbum de los japoneses Anthem es, si no otra obra maestra, sí otro trabajo magistral. Lo hice a la segunda, porque en la primera escucha uno se siente como Rocky en el primer asalto. Y no es una obra maestra porque tienen otros discos que sí lo son, y más de uno.
Absolute World es, sin duda, otra excelente muestra de cómo transformar un género plagado de clichés, tópicos, lugares comunes y, quizás por ello entre otros motivos, con poco prestigio, en algo digno, respetable, admirable, fascinante… honorable. Porque ellos dan la curva cuando otros siguen recto empujados por la inercia, porque descubren paisajes inesperados donde otros se acomodan tras repetidas transparencias, porque convierten en emocionante lo rutinario, y porque sus melodías indiscutiblemente orientales hacen que todo suene nuevo y fresco.
Para este nuevo álbum han sacado del banquillo a su antiguo cantante Yukio Morikawa, algo menos agresivo en sus interpretaciones, para reemplazar al gran Eizo Sakamoto, y han colocado en la batería a una bestia llamada Isamu Tamaru (que ya había tocado con ellos anteriormente) para sustituir a Hirotsugu Homma. Pero ahí siguen los dos maestros: el cerebro Naoto Shibata, compositor de la banda y extraordinario bajista; y el increíble Akio Shimizu a la guitarra, que en este álbum interpreta los mejores solos que he escuchado este año junto a los de Paul Gilbert en …The stories We could tell de Mr. Big. No creo decir ninguna barbaridad si afirmo que no hay ninguna banda (ninguna) que tenga un nivel de calidad, una discografía, ni la excelencia permanente que muestran Anthem a punto de cumplir los treinta años de carrera.
El disco, que se beneficia de una producción impecable, como suele ser habitual, es un gozo que no deja de ser sorprendente: una banda que factura excelentes trabajos, uno tras otro, sembrando la duda sobre cómo es posible que tengan un pozo tan hondo del que no deja de manar el talento, la chispa, la sorpresa, la ilusión, la fuerza, la rabia, la inteligencia y el olfato para la melodía. Esa producción permite apreciar el inigualable sonido de la banda y disfrutar del elegante bajo de Shibata, lleno de matices, ideas inacabables, adornos, giros, detalles y acompañamientos, a pesar de la caña que llevan algunas de las canciones del álbum.
Pero quien conozca a Anthem sabe que hay algo incuestionable en sus canciones: la mágica compatibilidad del potente heavy metal y las melodías deslumbrantes que plagan sus pentagramas y que incitan a cantarlas aunque no se tenga la más remota idea de japonés. Esas melodías se materializan en triples estribillos (preestribillo-estribillo-postestribillo) que muchos aprovecharían para hacer tres canciones; pero los demás no son Anthem.
Otra característica reseñable es la original estructura de las canciones que incorporan el solo de guitarra tras la primera vuelta de la estrofa dejando al oyente tumbado, pues consiguen una intensidad que no decae nunca, y además refuerzan la salida del solo con uno de sus estribillos o con un puente brutal.
Al margen de que el álbum sea brillante en su conjunto, contiene tres piezas maestras: la luminosa “Pain”, una canción clásica de heavy metal con una intensidad extraordinaria, guitarras que suenan como pocas, el bajo de Shibata que muestra que su instrumento no sólo produce ese sonido monótono de fondo y, por encima de todo eso, la línea melódica con denominación de origen Anthem. Para redondear, el palpitante estribillo rematado con un postestribillo magistral y unos coros sutiles pero que, una vez escuchados, se hacen imprescindibles por el contraste de su suavidad con la potencia de la instrumentación. No todo es estridencia.
La segunda obra maestra del disco es “Love of hell”, casi un medio tiempo que deja estupefacto al más escéptico: uno piensa que tras la primera vuelta ya ha escuchado el estribillo, pero es que ése no era, es el que viene después: deslumbrante. El solo de Shimizu es para disfrutarlo. De regalo un excelente puente tras el solo y unos delicados arreglos de piano.
La tercera: “Don’t let it day”, que interpreto como una especie de revisitación de su clásico “The juggler” por su parecida estructura y algunas melodías. Aquí la exhibición viene por la vuelta que le dan a esas melodías; el resultado es épico. No voy a redundar en explicaciones sobre las excelencias de cada uno de los segundos de gloria de esta canción.
Como siempre, la pieza instrumental que quizás aquí no es la mejor que han grabado, “Absolute figure”, así que se queda en sobresaliente bajo, como algunas de las otras canciones que están ahí o en el sobresaliente, porque hay para elegir, desde el épico-vitalista comienzo con “Shine on” hasta el irresistible preestribillo de “In the chaos”.
Nadie, actualmente nadie suena como Anthem. Estos tíos son enormes, aunque no sean tan conocidos como merecen. Muchas veces, muchas, la grandeza de los artistas no tiene un reflejo en su popularidad, y no es necesario dar ejemplos porque hay más de éstos que de los casos en los que sí lo tienen.
Absolute World es, sin duda, otra excelente muestra de cómo transformar un género plagado de clichés, tópicos, lugares comunes y, quizás por ello entre otros motivos, con poco prestigio, en algo digno, respetable, admirable, fascinante… honorable. Porque ellos dan la curva cuando otros siguen recto empujados por la inercia, porque descubren paisajes inesperados donde otros se acomodan tras repetidas transparencias, porque convierten en emocionante lo rutinario, y porque sus melodías indiscutiblemente orientales hacen que todo suene nuevo y fresco.
Para este nuevo álbum han sacado del banquillo a su antiguo cantante Yukio Morikawa, algo menos agresivo en sus interpretaciones, para reemplazar al gran Eizo Sakamoto, y han colocado en la batería a una bestia llamada Isamu Tamaru (que ya había tocado con ellos anteriormente) para sustituir a Hirotsugu Homma. Pero ahí siguen los dos maestros: el cerebro Naoto Shibata, compositor de la banda y extraordinario bajista; y el increíble Akio Shimizu a la guitarra, que en este álbum interpreta los mejores solos que he escuchado este año junto a los de Paul Gilbert en …The stories We could tell de Mr. Big. No creo decir ninguna barbaridad si afirmo que no hay ninguna banda (ninguna) que tenga un nivel de calidad, una discografía, ni la excelencia permanente que muestran Anthem a punto de cumplir los treinta años de carrera.
El disco, que se beneficia de una producción impecable, como suele ser habitual, es un gozo que no deja de ser sorprendente: una banda que factura excelentes trabajos, uno tras otro, sembrando la duda sobre cómo es posible que tengan un pozo tan hondo del que no deja de manar el talento, la chispa, la sorpresa, la ilusión, la fuerza, la rabia, la inteligencia y el olfato para la melodía. Esa producción permite apreciar el inigualable sonido de la banda y disfrutar del elegante bajo de Shibata, lleno de matices, ideas inacabables, adornos, giros, detalles y acompañamientos, a pesar de la caña que llevan algunas de las canciones del álbum.
Pero quien conozca a Anthem sabe que hay algo incuestionable en sus canciones: la mágica compatibilidad del potente heavy metal y las melodías deslumbrantes que plagan sus pentagramas y que incitan a cantarlas aunque no se tenga la más remota idea de japonés. Esas melodías se materializan en triples estribillos (preestribillo-estribillo-postestribillo) que muchos aprovecharían para hacer tres canciones; pero los demás no son Anthem.
Otra característica reseñable es la original estructura de las canciones que incorporan el solo de guitarra tras la primera vuelta de la estrofa dejando al oyente tumbado, pues consiguen una intensidad que no decae nunca, y además refuerzan la salida del solo con uno de sus estribillos o con un puente brutal.
Al margen de que el álbum sea brillante en su conjunto, contiene tres piezas maestras: la luminosa “Pain”, una canción clásica de heavy metal con una intensidad extraordinaria, guitarras que suenan como pocas, el bajo de Shibata que muestra que su instrumento no sólo produce ese sonido monótono de fondo y, por encima de todo eso, la línea melódica con denominación de origen Anthem. Para redondear, el palpitante estribillo rematado con un postestribillo magistral y unos coros sutiles pero que, una vez escuchados, se hacen imprescindibles por el contraste de su suavidad con la potencia de la instrumentación. No todo es estridencia.
La segunda obra maestra del disco es “Love of hell”, casi un medio tiempo que deja estupefacto al más escéptico: uno piensa que tras la primera vuelta ya ha escuchado el estribillo, pero es que ése no era, es el que viene después: deslumbrante. El solo de Shimizu es para disfrutarlo. De regalo un excelente puente tras el solo y unos delicados arreglos de piano.
La tercera: “Don’t let it day”, que interpreto como una especie de revisitación de su clásico “The juggler” por su parecida estructura y algunas melodías. Aquí la exhibición viene por la vuelta que le dan a esas melodías; el resultado es épico. No voy a redundar en explicaciones sobre las excelencias de cada uno de los segundos de gloria de esta canción.
Como siempre, la pieza instrumental que quizás aquí no es la mejor que han grabado, “Absolute figure”, así que se queda en sobresaliente bajo, como algunas de las otras canciones que están ahí o en el sobresaliente, porque hay para elegir, desde el épico-vitalista comienzo con “Shine on” hasta el irresistible preestribillo de “In the chaos”.
Nadie, actualmente nadie suena como Anthem. Estos tíos son enormes, aunque no sean tan conocidos como merecen. Muchas veces, muchas, la grandeza de los artistas no tiene un reflejo en su popularidad, y no es necesario dar ejemplos porque hay más de éstos que de los casos en los que sí lo tienen.
AUTOR: Joserra
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